Ambrosio, consiliario rural, sacerdote del pueblo

La fuerza de Dios se manifestó en su debilidad

Enrique y Pepe
Consiliarios de Extremadura
Octubre 2011
http://blogs.periodistadigital.com/movimiento-rural-cristiano.php/2011/10/21/la-fuerza-de-dios-se-manifesto-en-su-deb

 
 

Ayer recibí un correo de un campesino de un pueblo en el que Ambrosio, sacerdote y consiliario rural, evangelizó: “Doy gracias a Dios por la vida que nos dio, por su sencillez y su hondura, por su sentido de la justicia. Ha sido una suerte conocerle; fue una delicia cómo me ayudó a entender que nuestras luchas del campo tenían sentido porque “Dios quiere levantar del polvo al pobre”. Ya está con la vida de Dios, que desde allí nos ayude a seguir el camino de ayudar a los empobrecidos, eso que él vivió de una forma tan sencilla y tan normal.”

En la mañana del miércoles despedimos a Ambrosio en la catedral de la diócesis de Plasencia. Se unió para siempre a la Bondad del Señor de la Vida.

Nacido en el Piornal, el pueblo más alto de Extremadura, para aprender que es bajándose como se sirve al pueblo y desde la sencillez y la pobreza de una vocación sacerdotal vivida y alimentada en el seminario, se dispone a vivir su ministerio sacerdotal desde la juventud con radicalidad, ilusión y entrega total, todo para los hermanos con el corazón del Padre en el ámbito rural: para anunciar la Palabra con alegría y servir el pan de la eucaristía, con la ternura del perdón, para acompañar al pueblo y alegrarse y sufrir con ellos, para curar y sanar, para atender a los débiles y dar la buena noticia a los pobres. Durante estos años –años 80 y 90- su entrega fue viva en los pueblos nuevos del Plan Badajoz, se adelantó a lo que hoy llamamos unidades de atención pastoral, pues formó equipo de vida y trabajo con los de Miajadas durante 20 años, y fue consiliario nacional de los jóvenes rurales.

Evangelizaba desde su sencillez y pobreza, desde su amor a los campesinos de estas tierras, siempre estuvo con ellos desde lo que fue la reconversión del campo y el aliento del Espíritu de Jesús en sus luchas por mejorar sus vidas y ayudaba a la gente a saber leer lo que Dios les hablaba en las fiestas, en las manifestaciones, en la atención a los enfermos, en jugar al baloncesto con los niños, en los grupos. Fue el alma del campamento arciprestal, durante años, de 12 parroquias e incluso, ya enfermo, les visitaba y los niños se quedaban con la boca abierta cuando les hablaba de su experiencia de Dios. Se cumplía en él la clave teológica de la sencillez: ”fijaos en quién se fijó Dios, no en los grandes, poderosos ni en gente de buena familia; todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios y lo débil del mundo para humillar a los fuertes” (1Cor 1,26-29) Y cuando estaba trabando en la viña, a pleno pulmón y fuerzas, se encontró con las limitaciones radicales: una esquizofrenia, una parálisis progresiva, un dolor permanente, sin calidad de vida… todo truncado.

El hombre de la palabra, ahora no puede hablar; el que ponía su cuerpo y su vida en la patena de la eucaristía ahora no puede apenas comer; el que andaba por los caminos ahora está inmóvil y tiene que ser acompañado; el que iba a servir ahora tiene que ser servido y ser carga; el que iba a atender a los débiles, se siente más débil que nadie, y ahora él necesita la buena noticia, y se encuentra con el silencio. Todo un proceso interno de quebramiento y de crucifixión, día a día, año a año, un grito contenido, conducido, transformado, evangelizado… Recuerdo el silencio que se hacía en el grupo de consiliarios cuando él podía venir con algún compañero y tomaba la palabra: nos ponía ante Dios de modo directo y único, nos hablaba de su lectura creyente, de cómo conectaba con otros enfermos, de cómo su militancia era su enfermedad, y como su oración se dirigía al Padre por los demás y por todos nosotros y nuestros trabajos. Hoy y ahora no puedo sino emocionarme ante este compañero y hermano en el sacerdocio, al que el dolor y la angustia, la enfermedad le ha quitado su voluntad, y ha hecho que saltara al riesgo de la muerte y poder encontrar de una vez por todas la vida.

Lo que sí sabemos, hermano Ambrosio, los consiliarios y gente del mundo rural, es que ya tenemos más parte en el Reino de Dios, en su cielo de plenitud, porque hoy has entrado tú, y contigo lo que hemos vivido y compartido, con toda tu gente y tus pueblos, y se te han abierto las puertas de par en par, y te han colocado, porque el Padre así lo ha mandado, las alfombras de la humildad, de la fidelidad, del martirio, y que has pasado por ellas haciendo aquello que tanto deseabas: abrazar firme y fuertemente a todos los que te rodeaban, gritar con todas tus fuerzas las gracias y las bondades del Dios que te amaba y a quien tú tanto querías desde pequeño, correr y saltar sin miedo para llegar a todos los lugares y acompañar a los últimos, escribir a mano y ver que todo se entiende porque ya has descubierto la verdad, y tu grito ha sido respondido con el amor absoluto de quien te ha creado y te esperaba para que lo vieras con tus propios ojos y en tu propia carne, en el gozo de la vida para siempre.

 
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© Víctor A. Díaz Calle. 1997-2011