El grito de Job y el silencio de Dios
Pepe Losada
No soy de los más allegados a él, incluso soy de otra diócesis, pero he compartido con él espacios comunitarios de lectura creyente como consiliarios de acción católica de Extremadura, y siempre me ha suscitado interpelación su presencia, su persona y sus intervenciones en nuestros encuentros. No sé si podré servir el hilo de contemplación y evangelio que encierra esta vida y esta muerte, pero no puedo resistir hacerlo, me sirve de oración de vísperas, y recuerdo el himno que comienza: “en esta tarde Cristo del Calvario, vine a rogarte por mi carne enferma, y mis ojos van y vienen… El grito de Job: ”Ambrosio, Bueno y Mártir” Al pensar en la vida de Ambrosio y en sus últimos años de enfermedad sentía como una vez más el ”San Manuel, Bueno y Mártir” unamuniano se hacia presente en la reflexión del sufrimiento y el dolor, traduciendo el grito de Job. Ha sido grande el cáliz que ha bebido y el huerto de los olivos en el que se ha tenido que desenvolver. Desde sus compañeros más cercanos he conocido que Ambrosio, nacido en el Piornal, desde la sencillez y la pobreza de una vocación sacerdotal vivida y alimentada en el seminario, se dispone a vivir su ministerio sacerdotal desde la juventud con radicalidad, ilusión y entrega total, todo para los hermanos con el corazón del padre en el ámbito rural: para anunciar la Palabra con alegría y servir el pan de la eucaristía, con la ternura del perdón, para acompañar al pueblo y alegrarse y sufrir con ellos, para curar y sanar, para atender a los débiles y dar la buena noticia a los pobres. Durante estos años su entrega fue viva en los pueblos nuevos del Plan Badajoz, se adelantó a lo que hoy llamamos unidades de atención pastoral, pues formó equipo de vida y trabajo con los de Miajadas durante 20 años, y fué consiliario nacional de los jóvenes rurales: evangelizaba desde su sencillez y pobreza, desde su amor a los campesinos de estas tierras, siempre estuvo con ellos desde lo que fue la reconversión del campo y el aliento del Espiritu de Jesús en sus luchas por mejorar sus vidas y ayudaba a la gente a saber leer lo que Dios les hablaba en las fiestas, en las manifestaciones, en la atención a los enfermos, en jugar al baloncesto con los niños, en los grupos. Fue el alma del campamento arciprestal, durante años, de 12 parroquias e incluso, ya enfermo, les visitaba y los niños se quedaban con la boca abierta cuando les hablaba de su experiencia de Dios. Se cumplía en él la clave teológica de la sencillez: ”fijaos en quién se fijó Dios, no a los grandes, poderosos ni a gente de buena familia; todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios y lo débil del mundo para humillar a los fuertes” (1Cor 1,26-29) Y cuando se va a primera hora a la viña, a trabajar con toda la ilusión y las fuerzas de su vida, se encuentra con las limitaciones radicales: una esquizofrenia, una parálisis progresiva, un dolor permanente, sin calidad de vida… todo truncado. El hombre de la palabra, ahora no puede hablar; el que ponía su cuerpo y su vida en la patena de la eucaristía ahora no puede apenas comer; el que andaba por los caminos ahora está inmóvil y tiene que ser acompañado; el que iba a servir ahora tiene que ser servido y ser carga; el que iba a atender a los débiles, se siente más débil que nadie, y ahora él necesita la buena noticia, y se encuentra con el silencio. Todo un proceso interno de quebramiento y de crucifixión, día a día, año a año, un grito contenido, conducido, transformado, evangelizado… Recuerdo el silencio que se hacía en el grupo de consiliarios cuando él podía venir con algún compañero y tomaba la palabra: nos ponía ante Dios de modo directo y único, nos hablaba de su lectura creyente, de cómo conectaba con otros enfermos, de cómo su militancia era su enfermedad, y como su oración se dirigía al Padre por los demás y por todos nosotros y nuestros trabajos. Hoy y ahora no puedo sino emocionarme ante este compañero y hermano en el sacerdocio, al que el dolor y la angustia, la enfermedad le ha quitado su voluntad, y ha hecho que saltara al riesgo de la muerte y poder encontrar de una vez por todas la vida. Y de cara a la lectura creyente he recordado un sentimiento que tengo cuando explico en los temas de EScatología Cristiana, lo que se refiere a la crisis de la doctrina de la retribución en el antiguo testamento, y me centro en el libro de Job. Me da mucho coraje de los añadidos prosaicos y narrativos del comienzo y del final; sí esos añadidos que revisten de relato piadoso, el grito formidable de Job que clama por una teodicea que se ha roto y hecho trizas ante la experiencia real de la vida, y que reclama una justicia real y permanente para que la vida tenga sentido. Sí me gusta escuchar aquello de que “eres un Dios cruel… para mí” e incluso llegar al silencio de “que no soy quien para pedirte cuentas…pero esto no tiene sentido”. Me gusta explicar que el grito de Job, sigue presente, en un silencio humilde de criatura, pero no entregado ni convencido. Sí, no puede haber más horizonte que el “con estos mismos ojos te veré y en esta misma carne”; sólo puede haber justicia si el inocente sufriente, es recobrado para la vida en el corazón del Padre. Tú, Ambrosio, has sido para nosotros el grito de Job, así lo refirió el obispo Amadeo con ternura en su homilía, y lo seguirás siendo. En ti la humanidad doliente, se ha hecho presente, y sigue interrogándonos en esas preguntas, a las que como decía el Concilio no tenemos todas las respuestas. Lo que sí sabemos es que ya tenemos más parte en el Reino d e Dios, en su cielo de plenitud, porque hoy has entrado tú, y contigo lo que hemos vivido y compartido, con toda tu gente y tus pueblos, y se te han abierto las puertas de par en par, y te han colocado, porque el Padre así lo ha mandado, las alfombras de la humildad, de la fidelidad, del martirio, y que has pasado por ellas haciendo aquello que tanto deseabas: abrazar firme y fuertemente a todos los que te rodeaban, gritar con todas tus fuerzas las gracias y las bondades del Dios que te amaba y a quien tú tanto querías desde pequeño, correr y saltar sin miedo para llegar a todos los lugares y acompañar a los últimos, escribir a mano y ver que todo se entiende porque ya has descubierto la verdad, y tu grito ha sido respondido con el amor absoluto de quien te ha creado y te esperaba para que lo vieras con tus propios ojos y en tu propia carne, en el gozo de la vida eterna. Mientras, yo, recordando los momentos compartidos con este hermano y su persona, su historia e incluso su dolor y su cuerpo desfigurado, voy musitando:
En esta tarde, Cristo del Calvario,
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
Ahora ya no me acuerdo de nada,
Y sólo pido no pedirte nada. (Por Gabriela Mistral) ![]()
|