Marco Aurelio Sánchez Moreiro
La cabra fue la especie ganadera más emblemática de la sierra Piornalega. Pero llegó el progreso y se llevó la cabra y al cabrero. Nos puede parecer Ley de vida, y puede que no nos interese demasiado la cuestión. Sin embargo pondríamos el grito en el cielo si se nos dijera que lo que estamos perdiendo es parte de nuestro patrimonio cultural.
No podemos evitar la desaparición del medio de vida más duro del medio rural: el cabrero serrano. Ni siquiera podemos aspirar a mantener su bagaje cultural. Y es que mientras otras tradiciones pueden transmitirse, aún de forma residual, como las historias, los cuentos y leyendas, los bailes, la artesanía desde la cestería a los bolillos, pasando por la guarnicionería, la matanza tradicional, y tantas formas de cultura relacionada con nuestros pueblos, la ganadería de cabras es una actividad en extinción, abocada a desaparecer y además con el beneplácito de todos. Nos molesta el ganado, sus moñigas diminutas y su olor intenso. Le hacemos responsable de la deforestación, de la desertización y hasta del agujero de ozono. Nos molesta la cabra, el cabrero y hasta sus campanillos.
También se lleva todos los términos que definen las señales auriculares con que cada cabrero identifica sus animales, como zarcillo, puerta, cercella, remisaco, golpe, espuntá, aguzá, jendía, jorca hoja-higuera. Se va el precario mobiliario cabrero, las tozas, tajillos, sentaeros, los enseres como esprimijos, mecedores, dornajos y camellas para abrevar el ganado, los complementos y vestimentas como zajones, zamarras, calzones, albarcas, guarcharras, leguis, morrales, y otros útiles domésticos como liaras , cuernas miganderas, cachapos y bocinos. Ahora se reconoce por el Consejo Asesor de Antropología Cultural y Patrimonio Etnográfico la importancia dialectal de este léxico, que debiera ser razón sobrada para motivar su recogida y salvaguarda. Ahora nuestros cabritos se envían a Galicia y Cataluña para abastecer las cocinas de renombrados restaurantes para degustación de manjares que aquí no apreciamos. Y los cremosos quesos de cabra se venden a precio de oro en tiendas especializadas que los reciben con cuentagotas, mientras nosotros consideramos el queso de cabra "poco digno" para nuestros paladares adaptados a la comida envasada, adicionada e importada. Ahora las Administraciones Públicas incentivan las producciones ecológicas pero estallan los escándalos alimentarios porque el farol que alumbra es la economía de mercado y el ánimo de lucro. Y mientras, nuestros cabreros se jubilan anticipadamente. ![]() ![]()
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