Un paisaje serrano que se extiende en terrazas hasta el río Jerte desde la cumbre donde se sitúa el pueblo. Una imagen abalconada que asciende desde la ribera del río hasta la cresta. Desde la vegetación de cerezos hasta una flora de alta montaña donde reina el roble y los castaños y los «piornos» que dan nombre al lugar. Una pincelada verde que colorea la ladera donde se escalonan el matorral de sotobosque, el brezo y el cantueso hasta culminar en los cerezos en flor que llegan a blanquear desde las márgenes del río hasta las laderas umbrosas. Una nieve que encanece los picos más altos para, en primavera, fundirse en torrenteras que dan vida al caudal del Jerte. Un paisaje de armoniosa identidad dentro de la región extremeña donde subsisten los fuertes contrastes de la Naturaleza y la diversidad de pueblos y gentes. En este entramado de liturgias humanas y variedad de sensaciones naturales los matices del Valle del Jerte se juntan en feliz amalgama en este lugar que se llama Piornal. En otros capítulos de la publicación nos hemos acercado a la historia y a las tradiciones, a los sabores de costumbres y folklores ancestrales y únicos, a los aspectos geográficos y a la tradición popular. Es el momento de adivinar los encantos naturales de este paisaje único. La vida económica y social, la religión, los ritos que han pervivido al paso del tiempo también han sido analizados como claves de convivencia y desarrollo de esta parcela extremeña cuyo descubrimiento en el lugar más alto de la región convierte al Piornal en «Rosa de los Vientos» del oeste español. Esta área merece la pena contemplarse aunque sólo sea porque ha sido asentamiento tradicional de gentes que han luchado cotidianamente ante 105 rigores naturales, utilizando una forma tan racional y respetuosa con el medio, que han hecho posible su conservación hasta hoy en día.
La lluvia desnuda
El agua, debida a la fusión de la nieve y a su fuerza erosiva ha modelado bellas cascadas y profundas cavidades en este reducto de sorpresas naturales, de atractivos y emociones. Porque el agua es aquí un elemento emocional. Forma parte de nuestros recursos y de nuestras nostalgias. Va asociada al sentido de belleza de esta tierra y de este pueblo. El agua es el alma del paisaje del Valle que nos otorga la propia vida y se convierte en el bien imprescindible de este escenario. El paisaje está lleno de vida. Una rica colección de ecosistemas diversos que convierten a esta tierra en una zona privilegiada dentro de Extremadura. Tampoco hay que olvidar la influencia modificadora del hombre para explicar el paisaje vegetal actual. Esta influencia no ha sido homogénea, alternando zonas de fuerte degradación e impacto con otras donde la huella humana está más diluida. Un perfume salvaje Es muy característico el cambio de vegetación que se va produciendo a medida que se asciende en altitud. Así se observa que no es el mismo tipo de vegetación que se presenta en las cotas más bajas que en las más altas, estando las especies adaptadas a unas determinadas características de temperatura.
Para Piornal queda la expresión de los valores geográficos y naturales de la «alta montaña». En este Valle coronado por la montaña la altura rocosa de granito representa el poderío y la fortaleza frente a la imagen del Jerte, como elemento vivo y de permanente fluidez y signo de fertilidad y belleza. No hay distorsión entre ambos conjuntos sino feliz amalgama natural entre ambos paisajes que se conjugan y complementan. La ascensión a través de esta cubierta vegetal de gran belleza florística donde abundan las carreteras, caminos, pistas, senderos y travesías muy variadas, presenta unos aspectos de gran belleza, únicas en la región extremeña: fuentes, pequeñas cascadas, bosques deliciosos, gargantas con abundantes travesías que hacen de esta zona un lugar inmejorable para el excursionismo. Refugio último de especies animales emblemáticas como el lagarto ocelado, el buitre, el búho real, tejones y garduñas, vencejos y golondrinas, cernícalos y alimoches y la trucha «arco iris» señaladas sus escamas con pintas rojas y otras muchas especies de peces y aves acuáticas que se asocian a la ribera del Jerte en épocas de cría e invernada.
La vegetación silvestre que complementa al cerezo y al castaño está formada por tomillares y jara en la parte baja para continuar hasta los 700 metros de altitud, donde se encuentra la argilaga, los primeros brezos, enebros y madroños. A partir de los 900 metros y hasta los 1.200 de altitud, aparecen pequeños bosquetes de encinas y robles confundidos con el castañar. Allí encontramos la carrasca y el piorno.
En los despeñaderos, crece el helecho, campánulas y alguna higuera silvestre. En los pedregales, el musgo y líquenes confundidos con la roca y el matorral de la alta montaña. La tradicional explotación agropecuaria, ha permitido un cierto equilibrio entre el medio físico y la actividad productiva, posibilitando que la Sierra de Piornal, presente en la actualidad un aceptable grado de conservación en sus recursos naturales y paisajísticos. Al coronar el alto, una breve parada nos permitirá observar el Valle abriendo sus brazos y extendiendo su vega, con la imagen de Plasencia al fondo emergiendo de la bruma creada por la nueva presa sobre el Jerte. Desde aquí se puede continuar camino hacia el pueblo subiendo por las abruptas paredes que continúan enmarcando el río. Girando la vista se adivina el fondo del valle enmarcado por algunos farallones que recortan su majestuosa silueta en el espacio. Este fondo aluvial, en el que se constatan los distintos niveles de balconada, tiene una intensa ocupación agraria que la define el cultivo del cerezo, como árbol emblemático de la zona. Desde las ramas de los frutales que manifiestan una expresión cromática distinta y hermosa a lo largo de las estaciones del año, hasta la tierra rojiza de la cumbre, al Valle del Jerte lo cubre una túnica de infinitos tonos cambiantes. En la combinación de colores hemos de contar con los vistosos reflejos de la roca de granito descarnada, el verde oscuro del musgo y la gama de amarillos inseparable a la vegetación montañosa. La comarca supone una unidad geográfica de primer orden y su zona de influencia se define perfectamente. Los pueblos deben acomodarse a las condiciones naturales de su entorno, asumiendo las reglas de juego que les impone el paisaje a su desarrollo económico y social. Piornal está sujeto a unas condiciones climáticas poco proclives al derroche. Las especies y los hábitats están adaptados a esas premisas y forman parte de su singularidad. La pisada del hombre La historia de este lugar nos demuestra cómo el hombre ha sido racional en su uso. En este Valle, la variedad de perfiles que se extienden por las laderas conducen a la existencia de parajes hermosos e irrepetibles. Y en todos ellos encontraremos rincones solitarios y encantadores que despertarán nuestra imaginación dormida por la velocidad y la rutina, y nos reconciliarán con la naturaleza, porque el sentirla viva y cambiante hace que nos reconozcamos como parte integrante de la misma.
El hábitat de la cabra se redujo en los últimos años a las zonas montañosas como Piornal. La imagen del rebaño permanece íntimamente ligada a este paisaje y al medio de vida de los piornalegos, aunque hoy día pueda considerarse totalmente superada. No obstante, la historia nos demuestra como elemento básico de subsistencia del pueblo esta actividad pecuaria. Es lógico, por tanto, que dediquemos, con cierto apasionamiento un comentario a esta cultura pastoril del lugar. Las escenas de la cabra como elemento decorativo de la pintura rupestre es signo inequívoco del papel que jugó este animal desde la sombra misma de nuestra civilización. El rebaño de cabras se reparte por las tierras más agrestes. Durante la época de celo (octubre-noviembre) se forman rebaños mixtos en los que el macho dominante cubre las hembras. La jerarquía del macho cabrío no se discute nunca en el rebaño. No obstante, cualquier situación de conflicto, se resuelve con un combate entre los machos contendientes a base de golpes de testuz, la lucha termina con la retirada de uno de los contendientes. Terminada la época de celo los rebaños vuelven a ser unisexuales. Entre abril y mayo nacen las crías, normalmente una por hembra. La alimentación se basa en el ramoneo de los arbustos y árboles jóvenes del matorral mediterráneo y de los pastizales de montaña. Las bajas temperaturas y las nieves hacen que en el periodo invernal estas zonas serranas o de montaña carezcan de todo crecimiento vegetativo, en tanto que en los extremos, los pastizales se encuentran en plena producción como consecuencia de la benigna climatología existente. Esta necesidad de trasladar el ganado de los pastos de verano a los de invierno, y viceversa, provocó la aparición de caminos, cuyo uso para estos fines, aunque muy disminuido, todavía se conserva en el Valle del Jerte. Esta red pecuaria formada de cañadas, cordeles y veredas ponen en comunicación los pueblos, las comarcas y las provincias y constituyen una singular urdimbre que median entre varias fincas del mismo término municipal de Piornal. Aún quedan restos de este tejido viario y los más viejos del lugar recuerdan todavía los elementos accesorios como abrevaderos, descansaderos y majadas que hasta épocas muy recientes conformaron la vida local.
El oficio de cabrero nos lo describe Cervantes aludiendo en El Quijote a su hospitalidad: «Fue recogido de los cabreros con buen ánimo», a su cultura: «queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escribir y es músico de un rabel, que no hay más que desear». A su vida en común: «y, habiendo Sancho, lo mejor que pudo, acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban; y, aunque él quisiera en aquel mesmo punto ver si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer, porque los cabreros los quitaron del fuego, y, tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada había» y a sus costumbres gastronómicas:» y no hacían otra cosa que comer y callar, y mirar a sus huéspedes, que, con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puño. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria) que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto». El universo de hoy Las pinceladas humanas del cabrero cervantino bien pueden asimilarse al perfil humano del campesino piornalego. Las gentes del Valle, aún siguen mirando al cielo que pueda compensar la bondad de la cosecha y la fertilidad de los pastos para el ganado. El sector agropecuario sigue primando sobre otra cualquier faceta productiva. Por ello, los hombres siguen descansando y relajándose laboralmente en épocas del año no muy comunes, como pueden ser los meses de invierno. Se remansa la vida en el Valle del Jerte en estos días, sin oficio ni beneficio. Son las vacaciones campesinas, sin agobios de recolección ni prisas de cultivo. Ya se portaron las últimas castañas a la Cooperativa y aún queda tiempo para la próxima tarea que será la matanza familiar. Si la mañana sale clara, alguien puede pasar un rato en la poda de los cerezos. Si no es así, las fichas del dominó golpearán sobre el mármol o las sotas y los reyes podrán pelearse sobre el tapete verde del bar, como entretenimiento de una lenta jornada de asueto. Nadie piensa ahora en el retorno al orden laboral, ni se recuerdan otras alternativas de ocupación, para el anochecer casero, que no sea la televisión. Ya no se habla de lo que el pedrisco se llevó, aunque en el silencio de la noche se sueñe con el cielo. Dicen los expertos en ciencias humanas, que ésta es la mejor época vacacional, para el trabajo son mejores aquellos meses con luz y calor. La sabia Naturaleza confirma también su etapa de descanso y los colores del Valle se tornan morados y ocres, sin la plenitud blanca de la flor ni el rojo del fruto, que se reservan para la primavera y el verano. Afortunadamente, el calendario tampoco se atreve a alterar las previsiones so pena de perjudicar gravemente el ritmo de la vida y el tiempo de los hombres. Quien no descansa en estos días es el propio río Jerte. Caen de la montaña las torrenteras frías y claras que embravecen el caudal y animan la carrera desenfrenada del agua. En la ribera se recupera la magia de los sonidos y la corriente siente su fuerza espontánea sin ningún dominio artificial. Las riberas camuflan bajo el agua la cochambre abandonada por gente desleal con el medio ambiente y la vegetación se restaura. El Jerte adquiere, en este tiempo, todas aquellas señas de identidad que le hicieron dar nombre a la comarca y que, poco a poco, se irán haciendo frágiles en meses venideros. El cauce se torna próspero antes que la mano del hombre le convierta en insalubre. Mientras tanto, las gentes del Valle se aletargan y el río se alborota. Pero esta imagen de la vida cotidiana atesora más poesía que pueda otorgarnos cualquier fantasía de la mente. La rutina es otra cosa. Cestas de castañas
Dentro de la vegetación descrita en Piornal, un árbol significativo es el castaño que se ha convertido también en una fuente de ingresos relativamente reciente para el Valle del Jerte, con posibilidades de incremento por una mayor demanda. Un producto en otro tiempo marginal, como es el fruto de la castaña se está convirtiendo en estimable valor dentro del sector agrario de la zona. La producción del Valle supera el millón de kilos y su recogida y comercialización se realiza a través de las Cooperativas del Campo de las distintas poblaciones que configuran la comarca. «Describir las regaladas frutas de este Valle y sus castañares, seria cosa larga», decía el viajero Ponz cuando recorría la zona en el siglo XVIII. También el médico placentino Luis de Toro nos habla de «la infinita y numerosa selva de castaños». De entonces a hoy, la merma de la superficie cultivada de castaños ha descendido notablemente, sin embargo, cerca de quinientas hectáreas del Valle se mantienen sembradas de estos árboles en la actualidad. El castañar del Valle, con una densidad de sesenta árboles por hectárea y una producción media de cuarenta kilos de fruto por árbol, todavía no alcanza los índices establecidos para conseguir una máxima rentabilidad del cultivo. Será necesario llevar a cabo un programa adecuado para la mejora del mismo ya que los resultados parecen alentadores. Por otra parte, la materia prima del castaño tiene otra vertiente utilitaria, como es su aprovechamiento maderero «las vigas.no se hallan mejores de otras maderas, porque nunca cimbran ni tronchan. Su duración se puede contar por siglos, no por años. La polilla o carcoma no la acomete», decía a principios de siglo el arquitecto placentino Vicente Paredes, resaltando las calidades del producto. Los términos municipales en los cuales el castaño tiene mayores niveles de cultivo y producción son Tornavacas, Navaconcejo y, como su propio nombre indica, Casas del Castañar. Los tres pueblos duplican a todos los demás en el volumen de recolección de castañas. El interés comercial por el fruto que hoy día ha dado lugar a una mayor demanda, sobre todo en el mercado exterior, está condicionado por la variedad de aplicaciones que se consiguen del mismo, en especial dentro del campo de la alimentación y la confitería. De la añeja utilización de la castaña como harina o pienso para el ganado, aparte de su consumo por el hombre sin proceso de transformación, hemos pasado a nuevos usos en la elaboración del «marrón glacé» y otras especialidades dulzonas capaces de ser exportadas a distintos países europeos. Y siempre... la cereza
«Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos». Así finaliza uno de los veinte poemas de amor de Pablo Neruda, ya clásico en la literatura de lengua castellana en el que se combina la belleza que ofrece el campo con el amor. En este juego con la luz, la flor y el agua de primavera nace la pasión del Valle enamorado por los cerezos, como el amante lírico que describe el poeta. Más de un millón de árboles que la estación torna blancos, iluminando al atardecer el conjunto umbrío del Valle del Jerte y que con los primeros soles los copos florales se tornan en jugoso fruto rojo. Ambos colores escoltan al viajero que sube hacia el Piornal suavizando con su entretenido ojeo la dura pendiente. Sobrepasado el perfil último de la montaña, el paisaje próximo al pueblo, e incluso gran parte del ancho término, mantiene la corta vegetación que la nieve del invierno oculta en el interior de su manto blanco y que en la estación templada se nos muestra áspera. Nuevo rumbo de la rosa Más allá, asomándose al nuevo balcón de la cima, que cambia la orientación de esta «rosa de los vientos», el horizonte del valle anterior se cambia por lejana raya que se difumina en el confín de la Vera Baja. Las Vegas del Tiétar suavizan este nuevo fondo de paisaje distinto y el viajero percibe el paso del Valle escondido a un espacio abierto y total. Puede arrastrase la mirada sobre la nueva ladera asolanada hasta una tierra ancha y arenosa que el nuevo río, el Tiétar, más sereno e indolente que el anterior, erosionó a lo largo de siglos para convertirla en fértil parcela de tabaco, maíz o pimiento. Aunque las pinceladas sean distintas y el panorama se modifique, Piornal sigue conservando las propias señas de identidad que le otorga su estratégica situación. Aún quedan restos de las antiguas neveras, en una y otra cara de la montaña donde antiguamente se conservaba la nieve para su posterior venta y aún se mantienen los ritos misteriosos de las gentes del lugar que, como el Jarramplas, son representaciones mágicas de los fenómenos de la Naturaleza, las labores campesinas o los cambios de hábito según el clima y las estaciones. El camino hacia el Piornal esconde mucha historia tras la gran variedad de tonos, desde los encuentros míticos entre el hombre y la eternidad hasta la huella del hombre antepasado que quiso preñar este suelo que ya lo ha dado todo y que aún se esfuerza por otorgar amor a sus gentes sin envidiar a ninguna de las dos generosas laderas que tratan sin conseguirlo de acercar sus frutos. Nuevos límites Son los hombres de Piornal quienes no pudiendo extender su término municipal, han conseguido, con esfuerzo ímprobo, ampliar sus capacidades de cultivo de la tierra aumentando la propiedad del suelo y la siembra del cerezo en términos adyacentes como Jaraíz de la Vera o Garganta la Olla. En este afán de ensanchar espacios, el laborioso piornalego completa su hacienda familiar. A la tradición ganadera, las expectativas comerciales que pueda ofrecerles la industria chacinera en una localidad serrana, el trabajo eventual en la vega pimentonera y tabaquera o los indudables atractivos turísticos del lugar, hay que combinar en la actualidad otras nuevas varillas de un abanico económico al que se quiere unir la pequeña propiedad de una tierra en los términos municipales limítrofes para redimir el aislamiento y redondear un ciclo de bienestar familiar y afán de superación personal. El hombre de Piornal ha sabido unir en este paisaje serrano la piedra estática, fría y silenciosa que conmueve con su rudo mutismo y el agua confidencial que nos consuela. La naturaleza fue pródiga con la región que circunda al pueblo, reservando al mismo su condición de vigía y centinela del bello conjunto y desde la altura parece protegerle.
Del libro "Piornal, estudio sobre una población de la serranía extremeña"
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