Mi infancia en Piornal
 

Sebastián Díaz Iglesias

Puestos a hablar de mi pueblo, he de decir que ante todo Piornal me evoca a mi infancia, y como cosa de la infancia eran los pequeños hurtos, como aquellos llevados a cabo con mis primos cuando quitábamos los plátanos a abuela Marcela, voy a comenzar hurtándole a Don Antonio, que Dios le tenga en Gloria, el inicio de uno de sus poemas.

Mi infancia son recuerdos de... un pueblo grande, el más grande, pues no conocía otro, el patio verde de mi casa y una carretera eterna, espacio sin coches, de mil juegos y mil lances.

Son recuerdos de los pinos del Vallejo y alambres entre sus ramas, de camiones de madera y rebuscaeros, de hacer casetas de piedra y tierra negra, de jugar a las espadas y a los pistoleros... y a la larga no vale morir.

Son recuerdos del canchal redondo y el canchal del pico, de cipotes en La Laguna, de alimentar gatos abandonados y buscar níos, de resbalar en la nieve, de ir a julgas, y la caseta de los calbotes en los canchales del salvaó.

Son recuerdos de un circo, de los de la entrada a perra chica, en el que yo era payaso, de operar lagartijas, de ser el músico de un grupo sin instrumentos y todas las tardes sin descanso, con la merienda en la mano, a echar un partido en el Estadio Pinal.

Son recuerdos de días de fiesta, de ropa y zapatos nuevos por San Roque, de gaseosa, cacagüeses, pitusa, jabera, y una pesicola el día de la Feria; de tómbola, verbena y charanga, de un caballo y un reloj de mentira para una foto, de tío Güevo y tía Relámpaga, y de cachos muy grandes de turrón.

Son recuerdos de días de escuela, de doña Eva, don José, doña María Andrea, doña Sagrario, doña Juana, doña Maritere, doña Maricarmen, don Jesús, don Agustín, don Fermín, don Luis y doña Maricarmen Marcos, y aunque no me daba clase, por encima de todos, de doña Mariluz, mi hermana mayor aquellos cuatro años; de cuadernos a limpio y libros con santos, de conjuntos, mapas y problemas, de Severita la corta y Severita la larga, de sentir la goma en las corvas y en las orejas, de ir a sacar punta para poder mear en el estuche de Toñino, de rezar lo de las flores en mayo, y los viernes, ya por la tarde, jugar al "un, dos, tres".

Son recuerdos del cine a duro, pipas, panizos y catangas a peseta, gominolas y confitis a perra chica, de chicles Bazoka, de tres pisos, que llenaban la boca más grande, de comprar un polo de los de más abajo, para conseguir balines, de jugar a los cromos de cantantes, aristogatos, hace un millón de años y futbolistas, y al que lo entregue completo, de regalo un balón.

Son recuerdos de Don Juan de Villanaranja, el bote, el aro, la lima y el palo; de palma, cuenco y tijera , del puchero, la malla, basque y el tute, y ya por la noche por las calles del pueblo, casi a oscuras, intentando llegar a estúfale sin que falte ropa, tres novillos hay en el mar.

Son recuerdos de tiraores, de jugar a los serojazos con los del pocillo, de barrungar casetas, quitar la comba a las muchachas, de tirar bolsas de ceniza a algunos muchachos forasteros, de acechar a las parejas, de jugar a tirarse pelotones de nieve, tronchos y piedras, hasta hacerse una pitera como la que me hizo mi primo Víctor, el de esta página web.

Son recuerdo de máquinas de petacos con pinzas de la ropa, gomas y un agallo, de coches sin rueda en la huerta de tío Juan, de quitar manzanas y avellanas, y nabos por Jarramplas, de juegos prohibidos entre humo y cerillas en el callejón del cine, y de sortear las piedras de tío Basilio por jugar en el prao y en las ruinas de la casa del pintor.

Son recuerdos de los muchachos de Kas, de camisetas de fútbol de ropas de rebuscaero, con una banda de pintura roja como el Ajax, de un vestuario entre matas, de Víctor, Ángelito, Pepe, Carlos, Ángel, Jesús, Toñi, todos los chiquirríos, Jose Luis, Jesús, Carlos, Miguel, y de los grandes, de jugar al fútbol con Luis, a Jarramplas con Ramón, a hacer magia con Susi el del médico, de compañeros de escuela, Toñino, Fabián, Rubén, Simi, Jose Antonio, Jose María, los de la colonia, y muchos más.

Estos son algunos de los recuerdos de mi infancia piornalega. Son todos los que están, aunque no están todos los que son. Ahí quedan, para ayudar a hacer memoria a los que como yo vivimos aquellos años en el pueblo, para echar un rato de conversación con todo aquel que se interese por algo de lo escrito en estas líneas, y en definitiva para defender que uno puede vivir y aparecer en el censo de tal o cual lugar, pero no por ello dejará de ser del pueblo que le vio nacer y en el que tuvo tantas y tan intensas vivencias como las que yo he tenido en Piornal.

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© Víctor A. Díaz Calle. 1997-2002