(Dedicado a Crisantos Prieto Salgado, piornalego, padre, hermano y tío de Jarramplas. Autor del texto de las fotos)
Ángel Prieto Prieto, Sera
Pero este año me parecía de obligado cumplimiento escribir algo sobre uno de los aspectos "esencialmente expresivo"— aspecto, dicho sea de paso, de primera magnitud en cualquier tipo de símbolo— con que cuenta el ritual y que no es otro que el concepto de RESISTENCIA. En cualquiera de las teorías que se manejan sobre los orígenes de Jarramplas, pero sobre todo en la observación (participante) sistemática de la evolución del ritual a lo largo del tiempo, se expresa de manera categórica este aspecto simbólico. Tanto, que en el concepto resistencia se "condesan" casi todos, por no decir todos, los demás significados con que se puede interpretar a Jarramplas. Y que va más allá de las denominadas "supervivencias" que, en muchos casos (no digo que lo sea en este), no son otra cosa que espléndidos comodines para explicar ritos, costumbres, creencias existentes hoy en función de otras primitivas propias de un pasado remoto, necesariamente reconstruido, en buena parte de casos, a gusto del investigador.
Toda la realidad vivida, toda la representación social que se observa desde que el cohete anuncia la salida de Jarramplas el día 19 hasta que desaparece de la escena pública cuando al caer la tarde del día 20 hace entrega del traje y el tamboril al mayordomo del año siguiente, está impregnada del concepto resistencia. Resistencia que según el enfoque teórico desde el que se estudie puede ser considerada tanto desde el plano individual (Jarramplas personaje y persona que lo encarna) como desde el plano colectivo (comunidad piornalega).
Si la resistencia a la adversidad es absolutamente explícita en el plano individual, no lo es menos la conducta de oposición que desde el plano colectivo la comunidad piornalega ejerce contra Jarramplas: personaje que transgrede el orden establecido, el contrapuesto, el extraño, el diferente, "el otro". Así, la resistencia activa (batalla nabal), encaminada a proteger, a salvaguardar los valores de la comunidad: solidaridad social, cohesión, identidad es el fin último de la actividad ritual.
Nada nuevo, por otra parte. A lo largo de toda la historia humana en cualquier tiempo y en cualquier lugar, la resistencia individual o colectiva a cualquier tipo de adversidad ha sido una constante necesaria e imprescindible. La única diferencia — además de porque detrás de las barricadas de la resistencia siempre hay un mundo donde está más cerca la libertad— radica en las motivaciones por las que un individuo o un grupo decide resistir. Baste como ejemplo la resistencia que están ofreciendo los distintos movimientos sociales (mareas blanca, verde, violeta…) al desmantelamiento de los servicios públicos conquistados a lo largo de los años.
Con todo, cada vez que trato de juntar palabras, digamos, asépticas para contar algún aspecto del ritual jarramplero me cuesta más hilvanarlas. La memoria de las emociones se impone a la distancia epistemológica. Y es que, lo tengo escrito en alguna otra parte, los recuerdos más vivos que yo conservo de los eneros de mi infancia están unidos de forma indisoluble al remedo del ritual de Jarramplas que hacíamos los escolares en el recreo matutino y que continuaba por la tarde después de salir de la escuela en las calles del pueblo. No creo equivocarme mucho si afirmo que gran parte de los que luego fueron memorables Jarramplas recibieron su bautismo de fuego, su "rito iniciático", en estos juegos infantiles.
De repente, el sonido ronco, rotundo, inconfundible, del tamboril desataba las emociones. El griterío inundaba las aulas, los pasillos, la calle… Y allí estaba Él esperándonos, desafiante.
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