Artículo publicado en la revista Ars et sapientia (revista de la asociación de amigos de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes), nº 20, agosto 2006, pp. 187-202.
Sebastián Díaz Iglesias
Resumen
Cada año durante la fiesta de Jarramplas en Piornal, pequeña localidad serrana del norte de Cáceres, situada entre las comarcas extremeñas del Valle del Jerte y la Vera, tres vegetales cobran una especial relevancia por su protagonismo en el ritual: el rusco, el nabo y el almez. Este artículo pretende además de describir momentos rituales con protagonismo de estos vegetales, apuntar algunas interpretaciones en torno a su presencia en el mismo.
Introducción
En los inicios de cada año, los encargados de la mayordomía del ritual festivo de Jarramplas, cuyos días centrales el 19 y 20 de enero introducen la localidad de Piornal en el más importante de sus tiempos de fiesta (Díaz Iglesias, 2004), localizan un almez y un rusco para cortar varios de sus ramajes y convertirlos en elementos con valor ritual, tras un proceso de elaboración y adaptación a momentos y espacios simbólicamente relevantes en esta fiesta; el primero asociado a la figura de Jarramplas, y, el segundo, al icono sacro de San Sebastián, ambos protagonistas de excepción de una fiesta que remite a formas pretéritas y a la vez actuales, que aúna tradición y modernidad, ancla y a la vez motor de cambios sociales, y, sin duda, uno de los símbolos claves para entender a la sociedad piornalega.
El tercero de los vegetales con una presencia ritual fundamental en estos días, el nabo, resulta relevante no por su valor gastronómico para hombres o animales, sino por ser utilizado como arma arrojadiza contra Jarramplas, máscara de la fiesta, con la trascendencia que ello tiene para definir espacios rituales, especialmente por la vista y el olfato, construir identidades colectivas o generar comportamientos que parecen remitir al desorden social, y que adquieren significado pleno en el ritual. El hecho de que en los últimos años se hayan utilizado en cada edición de la fiesta más de diez toneladas de estos tubérculos nos hace pensar en la trascendencia que tienen para su normal desarrollo.
Vamos a continuación a hablar de estos tres vegetales y su presencia en la fiesta de Jarramplas, presencia cargada de un importante simbolismo, con una mayor o menor funcionalidad, sin los cuales se hace difícil entender esta fiesta y al pueblo que se expresa a través de ella.
El rusco
Ruscus Aculeatus es el nombre científico de un arbusto denominado comúnmente rusco, también brusco, chusbarda o escobina; en algunos casos chusbarba y jusbarba (del latín Jovis barba: barba de Júpiter), y, en Piornal, chumbarba, zurbarba o deshollinaera. Cada año por la fiesta de Jarramplas, algunos de sus ramajes acompañan y adornan la imagen de San Sebastián, como si brotaran del tronco al que el santo se encuentra amarrado, tronco que, por otra parte, acompaña a la imagen del santo durante todo el año en el retablo de la iglesia totalmente desnudo de ramas y hojas.
Es en la semana previa a las fiestas cuando el mayordomo, o uno de los encargados de la mayordomía, se desplaza hasta alguno de los lugares cercanos al pueblo en los que hay alguno de estos arbustos, localizado con anterioridad uno cualquiera de los días de trabajo en el campo2. De él corta unas pocas ramas, que en este tiempo suelen presentar sus pequeños, esféricos y rojos frutos, y se las lleva a casa con la intención de tenerlas dispuesta para el rito de Subir y Vestir al Santo en la tarde del día 19 de enero, acto multitudinario acompañado del canto de las Alborás, cargado de devoción, emotividad y simbolismo.
Una descripción breve de esta ceremonia nos habla de un grupo de mujeres del entorno de la mayordomía de la fiesta “vistiendo” a San Sebastián, es decir, colocando a la imagen unas saetas, una banda y el rusco, además de adornar las andas con pañuelos de cien colores. Mientras, continuamente acompañado por el toque de tamboril del que se encarga preferentemente Jarramplas, una mayoría de los allí congregados canta las Alborás3. Éstas constituyen un canto modal de características musicales y de texto que le hacen ciertamente accesible a todos los que participan en el acto (Guerra Iglesias, 2004); cada una de sus múltiples estrofas es iniciado por un grupo de mujeres ataviadas con ropa de gala tradicional, al que se unen de inmediato la mayor parte de la concurrencia, dando al rito en sí un carácter de gran solemnidad.
Todo se inicia con la figura de Jarramplas caminando despacio hacia San Sebastián que se encuentra en uno de los tronos del altar, especie de hornacina saliente en el retablo donde se ubica la imagen el resto del año. A su lado va el Mayordomo, que es el encargado de coger la imagen del Santo y llevarla a las andas que habrán de soportarla hasta el final de la fiesta. Una vez ajustado el Santo a las andas, adquieren especial protagonismo las mujeres: Mayordomas, novias, esposas o madres de los Mayordomos. Ellas son las auténticas encargadas de “vestir” al Santo.
Paradójicamente el inicio de la ceremonia de Vestir a San Sebastián coincide con el proceso mismo de desnudarle, es decir de quitarle la banda que ha vestido durante todo el año, como única prenda añadida, el torso desnudo del Santo, para posteriormente colocarle esa otra que el Mayordomo recibió en la edición anterior como testigo, y que su madre o la de Jarramplas han guardado celosamente durante todo este tiempo. Ambas bandas llevan un color azul oscuro con adornos dorados; en el caso de la banda tradicional, en forma de ribetes a ambos lados, y en la más reciente como una cinta longitudinal central que acaba en sendas bolas con flequillos, una a cada extremo.
Colocar las saetas en la imagen del Santo es la segunda tarea. Se trata de tres saetas, una de las cuales quedará situada a la derecha del abdomen, a medio camino entre el ombligo y el costado; la otra se clava en el muslo izquierdo y una tercera bajo el hombro también izquierdo, entre éste y el corazón.
Una vez colocada la banda y las saetas se ajunta convenientemente el ramillete de rusco a la espalda de la imagen y a continuación se adornan las andas con coloridos pañuelos y flores.
Cuando las mujeres dan por terminado el rito, separándose de la imagen del Santo, ya lejos de los bancos y colocada convenientemente en el soporte adecuado, las cantoras inician la que será la última copla, entre aplausos, silbidos y exclamaciones de júbilo de algunas personas. Esta copla es la señal convenida para que la gente comience a abandonar la iglesia y se prepare para lo que va a venir después, uno de los momentos más intensos que se viven en esta fiesta: la salida de Jarramplas de la Iglesia.
Son varias las interpetaciones que se pueden lanzar sobre la presencia del rusco a la espalda de la imagen de San Sebastián en Piornal. Por un lado, con sus frutos venenosos, característicos del invierno frío y oscuro, y unas falsas hojas puntiagudas y espinosas, el rusco vendría a ser el símil de la corona de espinas de Jesucristo en su crucifixión. El efecto del rusco como arbusto espinoso es tal que en el pasado se utilizaba para deshollinar las chimeneas, de ahí el nombre de deshollinaera que algunos piornalegos le dan. Este efecto espinoso del rusco también se pone de manifiesto en su uso para limpiar la casa de telas de araña, complementado con su utilización con fines ornamentales.
Pero también el rusco puede simbolizar el nacimiento para los cristianos de un nuevo Santo mártir, cuya nueva vida quedará materializada en el resurgir de ramas frescas del tronco muerto en el que Sebastián perdió su vida terrenal. El rusco con su verde intenso, a veces incluso con sus rojos frutos, sujeto al simulado tronco al que aparece atado el Santo, ofrece esta imagen de nueva vida después de la muerte, algo que también recogen algunas coplas de las Alborás: Ha florecido el tronco /donde te amarran /florece con el fruto /de tus entrañas (espaldas); En el tronco que fuiste /martirizado /nació un árbol frondoso /y no se ha secado.
Aún podemos lanzar otra interpretación en torno a la presencia de vegetales en la espalda de San Sebastián. Ésta tiene que ver con la pequeña estatuilla del Santo, anterior a la actual que data de inicios de los años cuarenta. Hasta esa fecha el templo contaba con una pequeña estatuilla de San Sebastián, “un Sansebastianino” como comentan algunos piornalegos de más edad. Se trataba de una imagen muy manejable donada a la iglesia por una devota del santo allá por los años treinta, hecho que fue cantado en una de las coplas de las Alborás de aquel año: También le damos gracias /a la devota /que trajo la imagen /a esta parroquia.
Según cuentan, en aquella estatuilla San Sebastián aparecía atado a un tronco del que surgían ramas con verdes hojas, todo como parte de la escultura. Pudo ocurrir que ante la visión de la imagen recién estrenada, que muestra un tronco completamente pelado, la gente echara de menos el verde de la anterior y reaccionara ante ello colocando cada año un ramillete de rusco al vestir el santo para la correspondiente novena. Lógicamente, en esta nueva situación, el utilizar una planta auténtica conlleva su renovación para cada edición de la fiesta, como se hace en la actualidad.
Podríamos interpretar asimismo que el rusco, como Jarramplas, ejemplariza en gran medida esa dualidad entre el Bien y el Mal, presentes en un mismo ser, manifestándose una u otra según la situación. Así, si podemos hablar del Jarramplas bueno, como el que se presenta ante el Santo y ante la comunidad sin máscara, y malo cuando lleva ésta puesta, en el caso del rusco hay que hablar de las propiedades venenosas de su fruto y espinosas de su falsa hoja, y, a su vez, de las amplias aplicaciones ornamentales, medicinales y gastronómicas que posee, además de su funcionalidad para la limpieza del hollín y las telas de araña.
No queremos dejar de referir la asociación que en esta fiesta existe entre el rito de “Vestir al santo” y las mujeres, podríamos decir que como prolongación de esa tarea de vestir a los niños, a los enfermos o a los ancianos, tradicionalmente asociada a este género, aunque también como continuación de ese vínculo histórico de las mujeres con el culto a los mártires, desde el siglo IV d. C., y antes incluso del cristianismo con los rituales y el cuidado para con los muertos, tanto familiares como públicos (Pedregal, 1999: 60)4. Ciertamente la fiesta de Jarramplas pone de manifiesto unas tremendas asimetrías de género tanto en lo que respecta a la división del trabajo en el entorno de la mayordomía, a la hora de la organización de la fiesta, como a la toma de decisiones y el prestigio. Las mujeres “visten al santo” y le colocan el rusco, entre otras cosas, y los hombres “visten a Jarramplas” y le colocan las armaduras, el traje, el tamboril y la máscara. Acciones como estas contribuyen a la construcción de la identidad de género, tema ampliamente tratado en la Tesis Doctoral, Jarramplas: ritual festivo y tramas de identidad en Piornal (Díaz iglesias, 2004).
El nabo
Brassica napus es el nombre científico del comúnmente denominado nabo, tubérculo central en la fiesta de Jarramplas.
A Jarramplas, desde que recuerdan los más viejos del lugar, se le han tirado nabos, de hecho estos constituyen sin duda el arma arrojadiza por excelencia contra este enmascarado y hoy día prácticamente el único. Los días 19 y 20 de enero en Piornal, cada vez que Jarramplas sale a la calle con la máscara puesta es sometido a una descomunal lluvia de nabos que, tanto piornalegos como visitantes, le lanzan sin descanso, como forma de castigo a un personaje cuya simbología asociada al Mal es indudable.
Es cierto que a lo largo de los años Jarramplas ha recibido el castigo con remolachas, troncos de mazorca y de col, bolas de nieve o hielo, incluso, en situaciones excepcionales, ha soportado el lanzamiento de naranjas y patatas, amén de alguna lasca de piedra o trozo de hueso perdidos, pero si a un vegetal cobra un especial protagonismo en Jarramplas, éste es, por encima de cualquier otro, el nabo.
Es precisamente el olor a nabo el primero y más intenso que los turistas que acuden a esta fiesta perciben con su olfato nada más salir de sus coches y es asimismo la visión de pedazos de nabos rotos esparcidos por el suelo, lo que perciben sus ojos. Es tiempo de fiesta pero este pueblo, lejos del colorido propio de estas situaciones festivas, muestra un intenso olor a nabos y la visión de nabos despedazados, además de ventanas, puertas, cabinas de teléfono y luminosos de establecimientos públicos, ocultos bajo estructuras metálicas y de madera, o mantas de recoger aceitunas, precisamente para protegerlos de los nabos.
Llegadas las vísperas de la fiesta, ya deben estar preparados los nabos que se van a tirar a Jarramplas. En estos últimos años ésta es una tarea del Ayuntamiento, que debe haber realizado los pertinentes contactos con cooperativas o particulares que estén dispuestos a venderles una buena cantidad de estas hortalizas, para antes de la fiesta ponerlos a buen recaudo y sacarlos llegado el momento.
La cantidad de nabos adquiridos, siempre con la mediación del concejal de festejos, ha sido igualmente variable, situándose en los últimos años por encima de las diez toneladas, como se recoge en la siguiente tabla:
Hay que señalar que los nabos generan un importante gasto, el cual se ha incrementado año tras año, al igual que las dificultades para conseguirlos. Los datos económicos se recogen en la siguiente tabla:
Ya hemos dicho que en la actualidad la adquisición de nabos para la fiesta es cosa del Ayuntamiento, aunque el consistorio piornalego se ha encargado por entero de este asunto sólo a partir de los últimos años del siglo pasado. Haciendo un poco de historia hemos de señalar que hasta finales de los años ochenta los nabos que se utilizaban para arrojar a Jarramplas se robaban en los huertos en los que estos estaban sembrados. Lo del hurto de los nabos viene de atrás, y era cosa de todos los niños y muchachos del pueblo. Los días previos a la fiesta, siempre fue costumbre en Piornal visitar los muchos huertos que había a los alrededores del pueblo, sembrados con este alimento para vacas, con la intención de practicar algunas sustracciones, generalmente aprovechando la oscuridad de la noche. Durante el día, los grupos de amigos se daban una vuelta por estos huertos, estudiaban el estado de los nabos, hasta que decidían a cuál iban a acudir durante la noche para quitarlos. Con unos sacos bien guardados, y la intención de llenarlos dibujada en el rostro de cada uno de los muchachos, el grupo se encaminaba al huerto entrando solo si no se veía a nadie por allí (algunos propietarios llegaban a pasar la noche en el huerto, a pesar de las gélidas temperaturas, para evitar el hurto), y se echaba la noche. Luego era cosa de arrancar nabos deprisa, sin parar, e irlos metiendo en los sacos. Una vez llenos los sacos, con ellos a cuestas, había que ir hasta algún lugar previamente decidido en el que se dejarían los nabos a buen recaudo, para que no los viera ninguno de los hombres damnificados por el hurto, ni otros muchachos. Por supuesto, en tiempos de Jarramplas, no han faltado los que han tenido que robar en la hacienda propia, o mejor dicho, en la de sus padres, aunque no ha sido esta una conducta muy habitual. Algunas veces el hurto se perpetraba en el mismo tiempo de cosecha, mucho tiempo antes de Jarramplas; para ello en el momento de la recolección y siempre a escondidas del padre, los zagales iban seleccionando los nabos que recogían, escondiendo a hurtadillas los que tenían un mejor tamaño para utilizarlos contra Jarramplas. Además de la noche, para el hurto de nabos también se aprovechaban momentos como las misas en días festivos. Como de todos era sabido que los amos de los huertos estaban en la iglesia, se aprovechaba ese momento para ir a por los nabos. Otra opción era robárselos a otros muchachos de menos edad una vez los hubieran sustraído estos. El paso del tiempo y el debilitamiento progresivo de la cabaña ganadera en Piornal5, hicieron disminuir rápidamente los huertos de nabos en el pueblo. Jarramplas se quedaba sin nabos y eso no podía ser. Había que buscarlos donde los hubiera, en Piornal o fuera de Piornal. Pronto comenzaron los hurtos de nabos en otros pueblos del Valle del Jerte, y también de las comarcas vecinas de la Vera y el Valle del Ambroz. Inicialmente se trataba de unos robos extraños para los que los dueños de los huertos no tenían explicación, y que fueron motivo de noticias en periódicos regionales. Poco a poco los productores de hortalizas fueron atando cabos hasta que las sospechas acabaron por recaer en los jóvenes piornalegos. En el pueblo no había nabos pero en Jarramplas no podían faltar, así que había que buscarlos donde fuera. Durante algunos años, en la década de los ochenta e inicio de los noventa, fueron los quintos un colectivo que adquirió un importante papel en el ritual, consistente en obtener nabos para que la comunidad los utilizara contra Jarramplas. De esta manera, este colectivo, en pleno rito de paso hacia la adultez y un estado de franca liminalidad, sembraba y robaba nabos para que no faltaran en la fiesta. La siembra y el robo de nabos ofrecía, por lo tanto, una múltiple funcionalidad que iba desde el propósito mismo de conseguir nabos para ellos mismos utilizarlos contra Jarramplas, a otras más relacionadas con demostrar a la comunidad su valía o de potenciar la cohesión del grupo a partir de una actividad colectiva como ésta. Los quintos piornalegos, todos jóvenes perfectamente conocedores de las técnicas de la agricultura, se han preocupado en estos años de buscar tierras para la siembra, huertos de sus padres o huertos no utilizados cedidos por algún conocido o por alguna institución, como la Diputación Provincial, que en algún caso cedió las instalaciones de la conocida en Piornal. También han tenido buena disposición para sembrar, regar, vinar, entresacar y sacar los nabos, aunque a pesar del trabajo echado, las cosechas casi nunca fueran del agrado de los quintos:
“Salieron muy chiquininos, como para una ensalada”. “Tres o cuatro sacos, poco más”. “Cinco o seis sacos”. “Dos ratonás”. “Dos remolques de tractor de los grandes, por lo menos quinientos o seiscientos kilos”. Cada vez menos nabos y más dificultades para conseguirlos y por otro lado la necesidad de mayores cantidades de ellos para cada fiesta, debido al estreno de armaduras de hierro, en 1987, en la cual se despedazaban todos tras los impactos, generó una situación insostenible que desembocó en 1992, con el nombramiento de Jarramplas como Fiesta de Interés Turístico, fecha en la que el Ayuntamiento decide tomar parte en el asunto y encargarse de conseguir los nabos, que inicialmente pagaban conjuntamente con los quintos. Desavenencias entre ambas instituciones acaban con la retirada del apoyo económico de los quintos a finales de siglo, siendo desde entonces la adquisición de nabos cometido exclusivo del Ayuntamiento. Sin duda, el robo de nabos y su utilización para lanzárselos a un enmascarado no deja de resultar paradójico en una fiesta en la que la máscara protagonista, es decir Jarramplas, a decir de los lugareños de Piornal, simboliza al Mal y representa al ladrón de ganado, hombre y/o lobo que es castigado de manera ejemplarizante tras su captura. Se trataría pues de un ritual que a la vez permite y castiga conductas socialmente reprobables. Ciertamente, en este ritual se ponen de manifiesto a la vez conductas que remiten al desorden social, generalmente asociadas a Jarramplas y conductas que nos sitúan en el orden social, ligadas a la figura del San Sebastián, al que en última instancia se somete el enmascarado. La fiesta de Jarramplas está íntimamente ligada a los nabos, porque, como ya hemos dicho, estos constituyen el arma arrojadiza por excelencia contra Jarramplas. Pero, ¿por qué los nabos y no otros vegetales? El nabo siempre ha constituido un material fácilmente manipulable, que se ajusta bien a la mano y que se puede lanzar a Jarramplas desde lejos, sin acercarse a él, algo impensable por ejemplo si hablamos de la ceniza, el salvado o la harina, comúnmente arrojadas sobre otras botargas y mascaradas (Caro Baroja, 1984). Se trata de un producto relativamente barato, que se podía encontrar con facilidad y en grandes cantidades, incluso en épocas de penuria económica, a diferencia de naranjas o tomates, por ejemplo, que escaseaban más y resultaban productos mucho más caros. El nabo es bastante duro, algo importante si tenemos en cuenta que el objetivo del que lanza a Jarramplas es hacerle daño; más duro que la patata o los troncos de maíz, pero no lo suficiente como para actuar como una piedra, ya que en ningún caso se busca una lapidación hasta la muerte, y por supuesto, más fácilmente accesible que las bolas de nieve, que únicamente se pueden utilizar si coincidiendo con los días centrales de ritual cae una nevada en el pueblo. Por otro lado, aún suponiendo que en otro tiempo se tratara de un alimento importante para los animales, no resultaba tan indispensable como el heno, lo que en cierto modo le restaba importancia respecto a éste. Aunque había gente que tenía que comprar nabos para sus vacas, éste se consideraba un sustento animal prescindible, lo que les convertía en un producto que se podía utilizar en la fiesta y así, de alguna manera, desperdiciarlo, incluso en épocas de hambruna. No queremos resistirnos a mencionar en este punto el vínculo entre el nabo y el pene, los testículos o el semen, y por ende la utilización del nabo como símbolo de la masculinidad, incluso de la fertilidad como se recoge en refranes como: “Año de nabos, año colmado”. En muchas culturas este vegetal tiene una gran importancia simbólica, caso de su presencia en la cena del día de Año Nuevo chino, en la que los nabos (tsai-tou) son símbolo de buen augurio. El mismo uso de los nabos como “hierba mágica” nos remite a la prosperidad y la protección. La cultura Griega por su parte, está llena de alusiones al poder afrodisíaco y masculinizante de vegetales como el nabo, además de la cebolla, el ajo y la mandrágora. Asimismo, se asocia el líquido del nabo con el semen (en este sentido, nabo remitiría más a testículo que a pene), con el consiguiente simbolismo asociado a la fertilidad. Nabo remite a pene, a masculinidad6, por lo que podríamos pensar en una relación entre los nabos, como arma arrojadiza contra Jarramplas y género masculino, de tal manera que el lanzamiento de nabos pudiera considerarse una conducta propia de hombres. Hoy día esta afirmación pudiera parecernos una interpretación un tanto rebuscada con escaso fundamento etnográfico, ya que también las mujeres tiran nabos a Jarramplas, no obstante, quizá en otro tiempo no muy lejano, si contara con él. Un detalle puede servirnos para mantener esta tesis: ninguna de las mujeres de más de sesenta años entrevistada ha manifestado haber lanzado nabos a Jarramplas (aunque llegaran a hacerlo); afirman que los hombres han sido los que fundamentalmente han tirado estos vegetales a Jarramplas, y aún defendiendo que ellas también tiraron a Jarramplas en algún momento, siempre hablan del lanzamiento de tronchos, incluso de algún hueso, pero nunca de nabos. Las mismas acciones de tirar nabos/ recibir nabazos, metáforas de las acciones de penetrar/ser penetrado puede asociarse a la diferencial ocupación de espacios de hombres y mujeres en el entorno de Jarramplas, partiendo de que éste, cuando tiene la máscara puesta, actúa como un ser asexuado. Son los hombres los que fundamentalmente están en las posiciones delanteras tirando nabos a Jarramplas; los hombres tiran nabos como metáfora de la acción de penetrar atribuida a este género. Por su parte, es el temor a recibir nabazos la justificación que fundamentalmente ofrecen las mujeres a su ausencia de estas posiciones próximas a Jarramplas. La mujer joven evitaría al nabo mediante el alejamiento, la prudencia y el recato, como puede hacerlo metafóricamente con el hecho de ser penetrada, algo que socialmente se consideraba reprobable. Algo similar podríamos decir de aquella costumbre, que tenían los varones jóvenes de lanzar trozos de nabo a las chicas cuando Jarramplas se metía en una casa o en un bar para descansar. Los muchachos lanzaban nabos y las chicas los recibían, en un juego, muchas veces asociado al galanteo, que podríamos interpretar igualmente con la metáfora anterior. El almez Celtis australis es el nombre científico de un arbusto denominado comúnmente almez, también latonero, lodón, litonero, aligonero y hojaranzo, siendo de este último vocablo del que proviene el de joranzo, término con que se llama en Piornal a este árbol. De algunas de sus ramas se elaboran las cachiporras con las que se ha de percutir el tamboril que Jarramplas toca en diferentes momentos del ritual. Frente a la denominación que de cachiporra se puede encontrar en los diccionarios, como palo enterizo que tiene en el extremo una bola o cabeza abultada, las cachiporras de Jarramplas no presentan ese abultamiento en uno de los extremos. Se trata de un palo, más o menos cilíndrico, con unas medidas aproximadas de unos 35 cm de largo y 3 cm de diámetro, al que se le ha quitado la corteza. En la actualidad el material del que se hacen las cachiporras es variable, siempre dentro de las posibilidades que ofrece la vegetación del entorno, no obstante, la tendencia habitual, en la actualidad y en el pasado, es la confección de éstas a partir de una rama de almez, dada la dureza, el poco peso y a la vez plasticidad de su madera, que la hace, por un lado, muy resistente y manejable, y, por otro, fácilmente moldeable: “Mira, aquí tengo yo unos palos de joranzo para este año. La gente hace las cachiporras de lo que quiere, de roble, de castaño, de cerezo, de todo, pero antes siempre se hacían de joranzo, que era de lo que estaban hechas las garrotas y los garabatos de las cestas de las cerezas, madera dura pero de poco peso, el castaño mismo se casca enseguida”. La madera de joranzo se ha venido utilizando en Piornal, como se recoge en este testimonio, además de para elaborar las cachiporras de Jarramplas, para fabricar garabatos, estructura en forma de J invertida para colgarse al hombro las cestas de las cerezas, y cayados o garrotas, fundamentalmente por su funcionalidad. El proceso de elaboración de la cahiporra, una vez las maderas en casa y cortadas con una longitud adecuada, se realiza generalmente al calor de la lumbre de la llamada casa del mayordomo, lugar en el que se realizan los preparativos para la fiesta. Mucho tiempo sentados al fuego, Jarramplas, Mayordomos y allegados, mientras concretan asuntos sobre la fiesta, aprovechan a raspar con una navaja algunos de estos palos, en un movimiento mecánico, como si la cabeza fuera por un lado y las manos por otro, hasta conseguir cachiporras con buena presencia. En un descanso de este ir y venir de la navaja, de vez en cuando se pasa la mano varias veces por la superficie para detectar alguna imprecisión en el pelado, y corregirla de inmediato. Luego ya, se observa la obra acabada, se agarra fuertemente por uno de los extremos y se simula tocar un tamboril, si es que no hay ninguno a mano. Una mirada de satisfacción a la recién acabada cachiporra y, a descansar junto a las otras tras practicarle un agujero en uno de los extremos, con un hierro puesto a la lumbre, y pasar a su través la cuerda de la que penden sus compañeras. También la fabricación de las cachiporras en alguna ocasión se ha dejado para alguno de los artesanos de la madera, cestero o carpintero: “Ahora ya, según se ve, hace las cachiporras cualquiera, así quedan. El año pasado cogí una del suelo y quieres creer que no estaba pelada como es debido, y toda torcida. Antes las cachiporras eran bien bonitas. Yo encargué veinte cachiporras de joranzo a Delfín, el que hace las cestas de las cereza, para que no me faltaran, porque los mozos de entonces na más agarraban alguna la tiraban al tejado. El año de Fulano, me acuerdo que se las hizo José el carpintero”. La funcionalidad primera de las cachiporras, por su sociedad con el tamboril, está en percutir sobre éste, generando ese sonido característico del «tamboril de Jarramplas», tanto para los sonidos asociados a la música, a lo social, al Bien, como esos otros relacionados con el Jarramplas de la máscara, es decir, los asocial, el Mal. No obstante, de manera exclusiva, como elemento independiente del tamboril, también gozan de otras potencialidades que pasamos a comentar. Cuando Jarramplas tiene puesta la máscara y es sometido a la lapidación con nabos, éste tiene en las cachiporras su gran arma de defensa, de tal manera que si tiene a su alcance a algunos de los que se ensañan con él a nabazos, puede golpearles con la cachiporra con la misma violencia que muestran sus agresores. Incluso, si los pendencieros jóvenes no están a mano, Jarramplas puede lanzarles la cachiporra con las mismas fuerzas que ellos lanzan los nabos. Es aquí donde se hace importante la dureza que el joranzo proporciona a la cachiporra, que de otras maneras se rompería fácilmente al golpear sobre el suelo o ser pisada. Tenemos pues en estas piezas, aparentemente inofensivas, posiblemente el más temible de los artilugios que porta Jarramplas, si no en el plano simbólico, sí en el plano de lo real7. Un golpe de la cachiporra de Jarramplas puede resultar muy doloroso, especialmente cuando no te lo esperas; por otro lado, una cachiporra lanzada a ras de suelo, parece un misil en busca de una pierna, porque, aunque se pueda ver venir, la gente se siente poco menos que incapaz de evitarla ya que se mueve botando sobre un suelo irregular, adquiriendo direcciones inesperadas tras cada bote. El miedo al impacto de la cachiporra que se dispone a lanzar Jarramplas es manifiesto, es el miedo a lo desconocido, a no saber si el palo te va a dar a ti o no, y si te da, el daño que te puede acarrear. Ahora bien, toda la energía asociada a ese miedo llega a transformarse en orgullo, en arrogancia se podría decir, cuando tras el lanzamiento, incluso el primer momento de dolor tras el golpeo, uno puede jactarte, ante los que están a su lado, de que Jarramplas le ha tirado la cachiporra, y le ha elegido a él entre todas las personas que hay allí, todo un lujo, si tenemos en cuenta que esa elección se debe a que un nabo por él lanzado, ha hecho daño a Jarramplas, más daño que ninguno de los demás, por eso este se ha enfadado, y le ha lanzado la cachiporra: “Cuanto te tira la cachiporra a ti, al principio corres para que no te dé, luego, si no corre detrás de ti, como los toreros, te das la vuelta y chuleas un poco. Te sientes como dios, porque la gente te mira y sabe que has sido tú el que más daño ha hecho a Jarramplas, y rápido a por otro nabo, a ver si le das todavía más fuerte. Tío Mata, en tiempos que yo era un mozuelillo, tenía fama de no tirar mucho las cachiporras; podía estar casi todo el día haciendo de Jarramplas y no tirarlas casi ninguna vez, y un día que las tiró dos veces, sólo dos veces, ¿a quién crees tu que fueron?; al muchacho de Metodio, que luego estaba más orgulloso que para qué. Ese mismo día, no pude acercarme mucho más a Jarramplas porque los mayordomos andaban tras de mi para sacudirme”. Atrás en el tiempo no era raro ver a Jarramplas lanzar la cachiporra, incluso echarse hacia atrás la máscara y el tamboril y correr detrás de sus agresores. Posteriormente, durante algunos años, esta actitud por parte de Jarramplas, se consideraba de cobarde. Un Jarramplas que no lanzaba la cachiporra y aguantaba estoicamente los impactos, sin alterarse, o al menos sin manifestarlo externamente, era más aplaudido que otro que la lanzara frecuentemente. Esta fue una estrategia de los jóvenes en los años ochenta que les permitió inutilizar en parte el arma más mortífera de Jarramplas, es decir su cachiporra. Curiosamente, en la actualidad, muchos de los que consiguieron popularizar aquella crítica, son los que ahora aconsejan fervientemente a Jarramplas que tire la cachiporra para que los jóvenes no se acerquen tanto a él. Resulta tranquilizante que en tantos años de Jarramplas no se hable de ninguna desgracia ocurrida por el lanzamiento de una cachiporra, aunque sí, en algún caso hubo problemas, para colmo de injusticia vertida sobre Jarramplas, no para ése que tanto daño le hizo y a quien con tantas ganas le tiró las cachiporras: “Estaban Fulano y Mengano, que eran malitos, en la esquina de la Fuente Grande, y les tiré la cachiporra. Mira qué suerte que va la cachiporra y se lía en los dos hilos de las alambres de la luz, una muchacha que mira para arriba y derechita al ojo, la cachiporra. En el acto que cae la cachiporra, el ojo, así de negro. Yo me asuste y fui y se lo dije a su padre. - No te preocupes, si lo he visto yo; esos son gajes del oficio -me dijo. Y ya me quedé tranquilo”. Hasta los años ochenta aproximadamente, las cachiporras más temidas no eran precisamente las de Jarramplas, sino las que portaban los Mayordomos con valor de “vara de la justicia”, con la cual podían golpear a cualquier joven al que vieran lanzando nabos a Jarramplas con cierta saña. Ciertamente, se trataba de percepciones cargadas de subjetividad, es decir, utilizaban la cachiporra para “tomarse la justicia por su mano”. En las dos últimas décadas del siglo pasado y en lo que va de este nuevo, ese poder que ostentaban los Mayordomos y que les autorizaba para usar violentamente las cachiporras, ha desaparecido. En estos tiempos modernos ya no era de recibo, quedando como mucho para los Mayordomos y allegados a Jarramplas, la posibilidad de reprochar con palabras a esos jóvenes de mal tirar. Fue entonces cuando se popularizó aquella frase tantas y tantas veces escuchada, después de que algún Mayordomo, amigo o familiar de Jarramplas recriminara a algún joven por haber lanzado algún nabo de malas maneras, sabiendo que es una persona la que iba dentro de la máscara: “Que le den por culo, no verse vestío” Los Mayordomos y allegados a Jarramplas ya no utilizan las cachiporras contra la gente, aunque siguen llevando una encima. Los impactos que Jarramplas recibe en sus manos hacen que muchas veces las cachiporras con las que golpea el tamboril se le escapen de éstas. Estas cachiporras muchas veces se pierden, por lo que el Mayordomo o algún allegado debe acercarse a él para darle una nueva. El porqué se pierden o extravían las cachiporras depende de en qué época nos situemos. Antes, cuando Jarramplas tiraba a menudo las cachiporras, los receptores de éstas solían recogerlas y de inmediato lanzarlas al tejado más próximo. Era la guerra, y quitarle una de sus mejores armas a tu enemigo, constituía una victoria parcial. Resulta curioso que con todo lo que se ha llegado a tirar a Jarramplas, hasta piedras y trozos de hielo en alguna ocasión, nunca se le tiraran sus propias cachiporras después de haberlas conseguido, al igual que Jarramplas, que nunca fue osado de liarse a nabazos con la gente, aunque alguna vez afloraran deseos en este sentido. De tiempos pasados, los Jarramplas aún vivos recuerdan la utilización de las cachiporras, como otras muchas mascaradas y botargas, para levantar la falda a las chicas jóvenes. Resultaban las cachiporras en estos casos un importante recurso para alargar la mano y poder alcanzar la ropa de estas mozas, pero también constituían un sustituto de la mano, ya que en modo alguno el recato y el mantenimiento de ciertas formas propias de las sociedades rurales tradicionales, hubieran permitido que una mano levantara una falda. Javier Peris vincula este carácter fustigador, generalmente asociado a mozas y a golpes en piernas y muslos, con cierto ritual profiláctico (2002: 87). Como concluye este mismo autor, es difícil entender el posible significado que las víctimas concebían a tales golpes, aunque también señala que este carácter profiláctico hizo decir a Caro Baroja que las “porras y porrillas tienen una antigua significación mágica y han servido para expulsar a los espíritus malignos antes de que el golpeamiento quedara solo en broma” (1979: 240)
Notas.-
1.- Quiero expresar mi agradecimiento a Javier Marcos Arévalo, de quién hace algún tiempo fui alumno en Antropología y en la actualidad compañero de docencia en esta misma disciplina, por facilitarme la interesante vía de difusión que supone Ars et sapientia para la publicación de este artículo.
2.- Piornal es un pueblo eminentemente agrícola con el cultivo de la cereza como máximo exponente de su sistema de producción. En el tiempo previo a la fiesta de Jarramplas, los piornalegs van al campo principalmente a labores relacionadas con la recolección de la aceituna, poda de cerezos, restauración de paredes de sujeción de tierras que han cedido con las lluvias, etc.
3.- El nombre de Alborás, con el que se conoce a este canto en Piornal, es tomado de un momento posterior en el transcurso de la fiesta en el que acontece una procesión nocturna, masiva, socialmente desestructurada, y sin icono religioso, denominada Alborás, ya que tiene lugar justamente al iniciarse el nuevo día (tras la última campanada de las doce de la noche). En esta procesión se realiza el mismo canto a modo de canción de alborada. Podemos considerar las Alborás como la canción que más intensamente identifica a los piornalegos, constituyendo sin duda el elemento musical de construcción de la identidad local de más valor.
4.- Según esta autora, a las mujeres correspondían una serie de prácticas marginales, de carácter periférico respecto a la vida y la actividad del ciudadano, y consideradas arriesgadas y contaminantes, asociadas a preparar el nacimiento (los que van a nacer) y honrar a los muertos (los que ya no están). Con el triunfo del cristianismo estas prácticas tienen su continuidad, entre otras, en el culto a los mártires, que aún hoy se mantiene en gran medida. Lo cierto es que, como señalan Mary Nash, Mª José de la Pascua y Gloria Espigado, el monopolio que las mujeres tuvieron sobre las ceremonias relacionadas con la muerte primero, y con ésta y el culto a los mártires después, permitió a las mismas no sólo la profundización en sus creencias religiosas (...), sino también un aumento de las iniciativas desplegadas por ellas en un espacio hasta entonces masculino” (1999: 14). Esta línea de investigación marcada por estas autoras puede generar interesantes interpretaciones en torno a la mayor religiosidad de las mujeres que se desprende de la lectura de la etnografía sobre el ritual de Jarramplas. Sobre este mismo asunto escribe Teresa del Valle, autora que señala que el peso simbólico de la mujer “Se expresa principalmente en sus funciones rituales vinculadas al momento de la muerte” (1997: 12).
5.- Desde mediados del siglo XX la cabaña ganadera piornalega, formada fundamentalmente por cabras, aunque también por vacas, gallinas y cerdos en menor medida, ha ido sufriendo un progresivo y rápido debilitamiento generado por la expansión de la agricultura de mercado sustentada fundamentalmente en el cultivo de la cereza y un sistema de producción cooperativo, que han supuesto para el pueblo un importante despegue económico a partir de los años setenta.
6.- Puestos a buscar símbolos en Extremadura ligados a la masculinidad, hemos de adentrarnos preferentemente en el mundo animal. En este sentido podemos hablar de la lujuria con la que se caracteriza al carnero y al macho cabrío, la valentía y lascivia atribuidos al gallo y la fuerza y fiereza del toro (Marcos Arévalo, 2002: 28). Los gallos y los machos cabrios son animales equivalentes simbólicamente, asociados a los varones jóvenes. De ellos refiere este antropólogo: “Desde tiempos antiguos el gallo se ha tenido como símbolo de valor y poder sexual (...). Por su parte, el macho cabrío desde la civilización clásica se asocia a la lubricidad, y con él se identifica comúnmente a la persona de gran potencia sexual” (Ibid.: 40). La utilización de estos animales en rituales de diferentes pueblos de Extremadura tiene que ver pues con el reconocimiento en los jóvenes de la mayoría de edad social y sexual. En Piornal se han corrido los gallos en Carnaval hasta mediados del siglo XX, y aún hoy día se utiliza el macho cabrío como compañero inseparable de los quintos durante la Semana de los Quintos. Pero también en el terreno de los vegetales tenemos ejemplos de símbolos de la masculinidad en Extremadura, caso de la alcachofa. Julián López, en una investigación llevada a cabo en Campanario (Badajoz) establece una analogía entre alcachofa-pene, señalando que “De la alcachofa se ha destacado tradicionalmente su virtud afrodisíaca y se ha tenido como un símbolo típico de la lujuria” (2001: 33). Este mismo autor recoge en esta misma página varias obras en las que igualmente se señala este simbolismo.
7.- Hablando de las características comunes a los enmascarados Peris Álvarez escribe “Ese carácter temible que poseen en buena parte, se ve reforzado por la presencia de armas –látigos, porras o palos- con los que golpean al público” (2002: 84).
Bibliografía citada
- CARO BAROJA, J. (1963). “Mascaradas de invierno en España y en otras partes”. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares XIX: 139-296. Madrid.
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