Arrullar, acallar y dormir a los pequeños con el ronroneo de una nana, siempre fue una sana costumbre que, al objetivo directo de ayudar al niño a conciliar el sueño, unía otros fines más indirectos como el acercar al recién nacido a la música.
Estamos ante un grupo de canciones en trance de desaparición, un tanto monótonas y a la vez de gran belleza, en las que el niño es receptor y no intérprete.
Las nanas, denominación más habitual en Piornal para las canciones de cuna, están íntimamente ligadas a la mujer, principal figura de apego en los métodos de crianza tradicionales. Las madres han sido las interpretes exclusivas de estas canciones de formas reiterativas, que buscaban elementos de monotonía para por un lado propiciar el sueño y por otro ahuyentar a los malos espíritus.
En el plano literario este repertorio está caracterizado por las típicas fórmulas a base de monosílabos, regidos por la ene (na, na) y por la erre (ro, ro), así como por combinaciones de vocales (ea, ea). En cuanto a los contenidos de los textos, a las continuas peticiones al niño para que duerma, hay que añadir las alusiones al coco, ser imaginario que viene a llevarse a los niños que duermen poco, y el tema de las ocupaciones domésticas que la madre tiene que realizar, como lavar los pañales, planchar o coser.
En Piornal hemos encontrado seis canciones de cuna, que las informantes cantaron a sus hijos y que hoy ya nadie canta. Una de ellas, la número 6, es una nana al niño Jesús, que se cantaba en Navidad como villancico.
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