La Serrana de la Vera
de Luis Vélez de Guevara

Ángel Prieto Prieto "Sera"    

La Serrana

Foto: Alberto Nevado. Revista TEATROS

La Compañía Nacional de Teatro Clásico incorpora un nuevo título, viejo y querido para nosotros, "La Serrana de la Vera" y un nuevo autor, Luis Vélez de Guevara, a su extenso y aplaudido repertorio de joyas de la literatura española.

Una obra, dice la prensa, con cierta rareza dentro del panorama teatral del siglo XVII: La historia de "Gila" (ese es el nombre con que Vélez de Guevara nombra a nuestra Serrana), una mujer que goza de una gran libertad, que rompe con todos los límites y que se convierte en una "heroína" de su tiempo.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico está dirigida por María Ruiz, y cuenta, en esta ocasión, con caras nuevas como Mia Esteve junto a prestigiosos actores de la "Casa" como Joaquín Notario.

Como bien sabéis, en el teatro está rigurosamente prohibido sacar fotos o hacer grabaciones de cualquier tipo, razón por la que he recogido algunos textos (Lidia Nieto) sobre lo que opinan los entendidos a cerca de La Serrana de la Vera. Asimismo, las fotos (Alberto Nevado) están tomadas de la revista "TEATROS", que tiene todos los derechos legales sobre ellas y acompañan a estas letras con el único y exclusivo fin de dar publicidad a la obra, por lo que utilizarlas con otros fines, será responsabilidad de quién lo haga.

Gila (La Serrana) es uno de los grandes personajes femeninos del Siglo de Oro español, como lo es Laurencia en "Fuenteovejuna" o Casilda en "Peribáñez y el Comendador de Ocaña". Pero como explica José Luis Alonso de Santos, máximo responsable de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, "si estas dos anteriores son, en el fondo, defensoras del orden establecido y de la justicia poética de sus obras, Gila (La Serrana) es una mujer diferente a los modelos de su época. Rompe los límites morales y sociales establecidos para la mujer y lleva sus pasiones –y acciones- hasta las últimas consecuencias: primitiva y moderna a la vez, no da por hecho la superioridad masculina en ningún terreno, ni siquiera en el de la fuerza física".

Luis Vélez de Guevara (1579-1644) escribió "La Serrana de la Vera" en 1613, en una época donde el papel de la mujer estaba relegado a un segundo plano, tanto en la vida social como en la literatura. Las obras de este dramaturgo andaluz -más de ochenta- se confundieron con las de otro grande, Lope de Vega, pese a que la producción de Guevara se caracterizaba y destacaba por su grandeza trágica como muestra esta pieza.

Para María Ruiz, Directora del montaje que hasta el 9 de mayo permanecerá en el Teatro Pavón. Embajadores, 9. Madrid. "Vélez Guevara mezcla elementos populares y cultos, humor y tragedia, ternura y brutalidad, rasgos míticos en su protagonista, e incluso cierto simbolismo, por ejemplo, en esa especie de laberinto agreste (Serranía Verata, ¿piornalega?) donde confluyen todos los personajes en el tercer acto y con todo ello crea una obra si no de una gran altura poética sí, desde luego, de gran impacto".

La Serrana

Foto: Alberto Nevado. Revista TEATROS

La propia directora de la obra hace una breve síntesis del argumento de la Serrana que, por cierto, ha sido adaptada por el conocido escritor extremeño Luis Landero: "La Serrana de la Vera" es una Diana cazadora en hermosura y destreza, soberana de los montes y el arado, que al verse burlada –como se decía antes- por aceptar marido sometiéndose a la voluntad de su padre, perdidos virginidad y albedrío, se convierte en deidad vengadora, en asesina en serie de cuantos hombres se cruzan en su camino hasta que consigue matar al culpable de la ofensa: naturalmente muere a manos de la santa hermandad -qué escalofrió produce el nombre- asaetada como un San Sebastián - ¿os suena de algo?- y su muerte conmueve a los presentes, mitad piedad, mitad alivio".

La Serrana

Foto: Alberto Nevado. Revista TEATROS

Por último, y a la vez que os animo a que hagáis una escapadita para verla, me he tomado la libertad de transcribir unos cuantos artículos que sobre La Serrana de la Vera han escrito el Director General del Instituto Nacional de Artes Escénicas, Andrés Amorós. La Directora del montaje, María Ruiz. El director de la C.N.T.C, José Luis Alonso de Santos. Y el autor de la versión puesta en escena, Luis Landero.

Un maravilloso suceso Andrés Amorós. Director General del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música.

El montaje María Ruiz. Director del montaje.

Gila, la gran disidente José Luis Alonso de Santos. Director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Comentario a la versión Luis Landero. Autor de la Versión.


UN MARAVILLOSO SUCESO

Andrés Amorós
Director General del Instituto Nacional
de las Artes Escénicas y de la Música

Hasta ayer mismo se ha cantado por tierras extremeñas el romance novelesco de La Serrana de la Vera:

"Allá en Garganta la Olla,
por las sierras de la Vera
se pasea la Serrana,
bien calada su montera..."

Frente a las Serranillas estilizadas, basadas en la Pastorela francesa (por ejemplo, las del Marqués de Santillana), ya el Arcipreste de Hita presentaba a otro tipo de serrana, temible devoradora de hombres, que oscilaba entre el realismo y lo grotesco.

Presentaba el romance una figura femenina compleja, interesante: una bandolera atractiva, amante de los placeres de la cama y la mesa, que toma la iniciativa en el juego erótico y asesina luego a sus amantes....

Inspirándose en este tema, Vélez de Guevara consigue una verdadera obra maestra por la creación de una figura singular, la incorporación de la poesía popular y la fuerte teatralidad que se desprende de las acotaciones.

Gila es una figura muy alejada de tantas damitas convencionales de nuestro teatro clásico. Hasta su aspecto es original y atractivo: entra "a caballo, vestida a lo serrano de mujer, con sayuelo y muchas patenas, el cabello tendido y una montura con plumas, un cuchillo de monte al lado, botín argentado y puesta una escopeta debajo del caparazón del caballo".

No hace falta ser Sigmund Freud para advertir su curioso complejo: "Si imagináis/ que lo soy (mujer) os engañáis/ que soy muy hombre". Y, para acentuar nuestra estupefacción, resulta que su modelo depurado y ennoblecido es nada menos que la
Reina Católica.

Además, la obra se singulariza por su ambiente popular: romances, cantares paralelísticos, gritos de vendedores de frutas y dulces, juegos de esgrima, voces anónimas....

A todo eso se añade una espectacularidad absolutamente extraordinaria. Recordemos que la obra está dedicada a la actriz: "para la señora Jusepa Vaca". Y una acotación dice: "Éntrase el capitán retirando, y Gila poniéndole la escopeta a la vista, que lo hará muy bien la señora Jusepa".

Otra acotación increíble: "descúbrase agora entre los paños la cabeza del toro solamente y ella echándole patas arriba". ¡Todo eso en escena, a la vista del espectador, como si se tratara de Ursus, al final de Quo Vadis!.

Durante muchos años, mi amigo el Profesor Enrique Rodríguez Cepeda reivindicó la absoluta originalidad de esta obra y de su autor. (ya Cervantes había ponderado "el rumbo, el boato, el tropel, la grandeza" de las comedias de Vélez de Guevara).

Hoy, por fin, gracias al empeño de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, vamos a poder ver la Serrana de la Vera. Se trata, sin duda, de un suceso extraño y maravilloso: lo propio del gran teatro.


EL MONTAJE

María Ruiz
Director del montaje.

Mientras dirijo La Serrana de la Vera para la Compañía Nacional de Teatro Clásico me siento afortunada por varios motivos. Primero, porque la obra es una mezcla extraña de humor y tragedia, entre lugar agreste y monte mágico, cuya heroína, mitad Diana cazadora, mitad asesina en serie, pretende "si vive y ocasiones le ofrece la fortuna", dejar memoria de sí, un poco al ejemplo de la reina Isabel, libre del "destino que es propio de mujer". Naturalmente la cosa acaba de manera funesta, pero mientras tanto va expresando algunas de las cosas más tajantes que he leído sobre la llamada condición femenina y cómo lo que las mujeres quieren es estar donde sucede la historia, es decir, en el lugar de los hombres. Bueno, parece que la cosa se va arreglando un poco, al menos en esta parte del planeta.

La serrana es una precursora, un poquitín belicosa de más, cuyos crímenes deploro, pero cuya alegre independencia, algo salvaje, celebro.

Una obra difícil, o al menos así me lo parece, por el talento de su autor para lo grotesco y la abrupta ruptura de situaciones, que constituyen a la vez algunas de sus mejores virtudes. La más interesante, como siempre, buscar la manera de expresar todo lo que una muy atenta lectura del texto me sugiere.

Claro que he contado, y éste es el resto de mi fortuna, con el mejor equipo que se me ha ocurrido y que la CNTC ha puesto a mi disposición: una serrana extraordinaria, primeros actores para los papeles más importantes y lo que, a mi entender, confiere solidez a un reparto, buenísimos actores en papeles relevantes, pero cortos.

Un equipo de dirección formado por especialistas en verso, esgrima, movimiento escénico y, supremo lujo, ayudantes que son, a su vez, directores de escena. Los nombres de los que firman conmigo el espectáculo pueden dar una idea aproximada de lo mucho que se les debe atribuir.

Porque realizar una puesta en escena es sobre todo coordinar un equipo de creadores y el resultado es obra de todos. Mi responsabilidad, haberlos elegido.

Es una maravilla, en fin, contar con el equipo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Vaya, que me he sentido tan reina como la feroz serrana en su montaña. Gracias a todos.


GILA, LA GRAN DISIDENTE

José Luis Alonso de Santos
Director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

La Serrana de la Vera, de Luis Vélez de Guevara, es, por encima de cualquier otra consideración, la historia de Gila, uno de los tres grandes personajes femeninos del Siglo de Oro (junto con Laurencia en Fuenteovejuna y Casilda en Peribañez.....). Pero si estos dos anteriores son, en el fondo, defensoras del orden establecido y de la juesticia poética de sus obras, Gila es una mujer diferente a los modelos de su época. Rompe los límites morales y sociales establecidos para la mujer, y lleva sus pasiones –y acciones- hasta las últimas consecuencias, enfrentándose a los personajes representantes de la sociedad que le rodea (el padre, el poderoso violador, los ejecutores de la ley, el rey, y "el hombre" en general. Primitiva y moderna a la vez, no da por hecho la superioridad masculina en ningún terreno, ni siquiera en el de la fuerza física. No acepta que el hombre, por el hecho de serlo, tenga el patrimonio de nada, ni siquiera el de la violencia, por lo que su perfil se dibuja muchas veces en un territorio considerado negativo, dentro de la feroz y despiadada lucha que emprende por defender, a cualquier precio, su dignidad.

La C.N.T.C., al programar esta obra, incorpora un nuevo título, y un nuevo autor, a su repertorio, lo que está dentro de sus más importantes tareas a realizar. Título, además, significativo dentro de nuestro gran teatro del Siglo de Oro, por su singularidad temática y estilística.

Luis Landero ha hecho una adaptación limpia y brillante del abierto texto del autor, posibilitando su puesta en escena, y resolviendo, con su pluma de creador, las dificultades de un texto complejo para la comunicación actual.

Mi gratitud y reconocimiento a la directora, María Ruiz, y a todos los componentes del equipo artístico y técnico que han intervenido con gran talento y entusiasmo en la aventura de dar vida escénica, hoy, entre nosotros, a La Serrana de la Vera.


COMENTARIO A LA VERSIÓN

Luis Landero
Autor de la Versión

Las diversas serranas y serranillas que ha creado la literatura, desde las más bucólicas a las más montaraces, vienen a ser una variación laica de ciertos mitos primigenios como Diana o Hipólita, las reinas de la caza o de las amazonas. Fuera de algunas versiones galantes, todas ellas pertenecen al ámbito utópico –inocente y libre- de la naturaleza. Son dueñas de sí mismas, y no admiten otra soberanía que la suya propia. El emblema de su orgullosa independencia es la castidad. Y su rival, claro está, es el varón, el domador de fierecillas, con el que inevitablemente entrarán en singular y mortal combate. No hay más que ver la irrupción en escena de Gila, nuestra heroína: llega de la alta sierra, entre cánticos de celebración, y su primer parlamento es para narrar un lance de caza. Se ha enfrentado a un feroz jabalí, pero ahora ha de medirse con un enemigo de mucho mayor riesgo, de colmillo más retorcido y más certero, don Lucas de Carvajal, el consabido capitán y probado macho dominante de nuestro teatro clásico, y que intenta alojar a su soldadesca en la casa del también consabido labrador, honesto y viejo, aunque de noble cuna...., con lo cual el conflicto principal queda ya planteado.

Fuera de algunas convenciones propias de la época. La Serrana de la Vera, de Vélez de Guevara, es una obra extraña e inquietante, y desde luego anómala, en el panorama teatral del XVII. ¿Hay algún personaje femenino tan fuerte y original como esta figura de vocación andrógina que va y viene entre la aldea y la sierra, entre la servidumbre ignominiosa de los deseos y los anhelos de plenitud y libertad, entre su condición femenina y la vaga añoranza de un mondo heroico y varonil?. El fondo turbio y trágico de la obra, y una cierta desmesura en la composición, muy propia de Vélez, quizá expliquen su exclusión del canon durante tanto tiempo. No lo sé, pero pocas funciones habrá tan originales, y de tanto riesgo escénico, como ésta.

Por mi parte, como adaptador del texto, he intentado hacer una sola serrana de las dos que hay en la obra, la refinada del Marqués y la forzuda del Arcipreste, que Vélez de Guevara entrevera un tanto al azar; potenciar (eliminando o aligerando o cambiando de lugar algunas escenas) el magnífico ritmo dramático de la obra; hacer transparente el verso allí donde la opacidad no parece muy inspirada; conciliar el tono, que a veces duda entre lo trágico y lo chusco; y en fin, intermediar lo mejor que uno sabe entre Vélez y el espectador de hoy. Por lo demás, la obra conserva un ímpetu vital que todo lo allana y lo sugiere.

Uno recuerda finalmente a todas esas heroínas del monte y de la urbe (Emma Bovary, La Nora de Visen, la Julia de Strindberg, un no sé qué de Greta Garbo....), y piensa que acaso esas figuras tiendan un puente hacia el espectador de nuestro tiempo, para que asista con una cierta mirada intemporal a este conflicto que no cesa.

Colaborar con la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha sido un placer, y una experiencia inolvidable.

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© Víctor A. Díaz Calle. 1997-2004